Asignar
valores apropiados a bienes y servicios es fundamental en términos económicos y
de justicia. Es precisamente a este punto al que se dirige el análisis de
externalidades. Justamente sobre qué son, cómo nos afectan, quiénes las
generan, cómo evaluarlas, etc. nos ocuparemos en esta ocasión al revisar, de
forma sucinta, ciertas ideas centrales sobre el tema.
La producción es el proceso a través del
cual, a partir de materias primas, se genera un producto final diferente
respecto de los componentes que le dieron origen. En todo este proceso se
generan externalidades. En términos generales, las externalidades consisten en costos o beneficios no considerados
cuando una persona o industria toma una acción.
Imaginemos
algunos ejemplos: una casa bonita en un barrio humilde, la producción de O2 y
absorción de CO2 de una plantación comercial de arboles, el control demográfico
debido a la educación femenina, etc. Todas las anteriores son externalidades
positivas generadas a partir de una actividad particular. De otro lado: los residuos
vertidos en un rio, la expulsión de gases contaminantes a la atmosfera por las
industrias, la pérdida de cierto tipo de organismo por la expansión de la
frontera agrícola, etc. Todas son externalidades negativas.
Las
externalidades, dependiendo de cuales son, van a tener efectos particulares.
Las positivas harán que personas y naturaleza se beneficien de los efectos de una
acción, en tanto que las negativas se reflejan en perjuicios sociales,
ambientales y ecológicos. Es importante considerar que las negativas se
traducen en costos no solo para los productores, sino se reflejan en costos
sociales p. ej. el agotamiento de una fuente de agua o la contaminación
ambiental. El empresario que busca maximizar
su ganancia y hacer que, en teoría, el consumidor maximice su utilidad (al consumir) no toma en cuenta estos costos porque
no afectan el precio del producto a pesar de su impacto económico, social y
ambiental al corto y largo plazo (Larrea 2006). Dicho de otro modo: el mercado
marginaliza estos costos pues no afectan el precio.
La generación
de estos efectos negativos nos afectan directamente. Pensemos lo siguiente: si
construyo una planta industrial, no consideraré únicamente los beneficios en
cuanto a: empleo, crecimiento del PIB, productividad, inversión, etc. sino
ponderaré su puesta en marcha en base a las repercusiones sociales, ambientales
y ecológicas que dicha acción podría tener. Surge así la pregunta de ¿cómo valorar
tales costos?
Es posible
valorarlos de alguna forma pero no se puede hacerlo en todos los casos. El
asignar un valor monetario será posible únicamente con externalidades
reversibles. Aunque bajo la misma lógica del mercado, es posible, desde luego,
averiguar cuanto costaría restaurar los perjuicios generados por una
determinada acción o el remplazo de cierto recurso agotado (Martinez-Alier 1998,
30); por ejemplo: se puede evaluar los costos de regenerar el suelo, bosque o
potabilización de agua en determinados escenarios, pero no se puede asignar
valor preciso y real a la pérdida de una especie o un hábitat.
A
este proceso de asignación de valores monetarios se lo conoce como internalización de las externalidades. Con
este mecanismo se llegan a conocer los costos “socializados” (afectan a todos
los individuos) de determinada acción pero que no intervienen dentro de la
lógica del mercado -asignándoles un valor- (Larrea 2006). Una vez
internalizados los costos o beneficios de tal o cual acción y atribuidos a sus
generadores (individuos, dueños de empresas, etc.) la racionalidad del mercado
toma cauce nuevamente (Martinez-Alier 1998, 58). Lo contrario hubiese implicado
desestimar factores y costos que, por no influir en el precio, eran
marginalizados a pesar de sus repercusiones. Es necesario conocer y pensar en
externalidades pues, finalmente, los costos son socializados pero las ganancias
son concentradas (en los dueños de las industrias).
Un caso interesante e importante de análisis de externalidades es
el de la Iniciativa Yasuní-ITT. Esta
propuesta del gobierno ecuatoriano, planteada desde 2007, se refería, en
términos generales, a la intensión de evitar la explotación petrolera de una
parte del Parque Nacional Yasuní. La explotación implicaría emitir a la
atmosfera 407 millones de toneladas métricas de dióxido de carbono producto de
la combustión de 856 millones de barriles de petróleo. Dada la crisis ambiental
que experimenta el planeta, valorar las externalidades negativas de esas
emisiones es sumamente importante. El gobierno intentaba recaudar al menos un
50% de los ingresos que resultarían de la explotación solicitando la
corresponsabilidad de la comunidad internacional. Sin embargo esta iniciativa
fracasó. De esta forma se ve que a un costo antes no considerado (la emisión a
la atmosfera) ahora se le asigna un precio y, por lo tanto, tiene valoración
dentro de la economía de mercado.
Referencias:
Larrea,
C (2008) Hacia una historia ecológica del
Ecuador. Quito: Universidad Andina Simón Bolívar
Martinez-Alier,
J (1998) Curso de Economía Ecológica.
México: Organización de Naciones Unidas