Alguien reprocho a Diogenes «Te dedicas a la filosofía y nada sabes» él le respondió: «Aspiro a saber, y eso es justamente la filosofía»

domingo, 26 de agosto de 2012

El juicio de los expertos.


No es poco frecuente que cuando vemos noticias, ya sea por interés propio o porque las circunstancias lo ameritan, en el set de opinión esté presente el experto. Este individuo que sustenta su criterio en base a su formación y, más aún, a su experiencia, es quien de cierta forma dirige la opinión pública sobre un tema determinado. Una vez que estamos (in)cómodamente escuchando o viendo al/los protagonista(s) de la información, es importante que prestemos atención a quien la emite (individuo o grupo) y a su manejo.

De acuerdo a James Surowiecki, los grupos amplios suelen realizar mejores juicios que los grupos pequeños y centralizados (y por ende que los individuos) pues, entre otras cosas, un grupo amplio aporta diversidad de opinión, descentralización y combinación de juicios. De esta forma el error puede estar presente en la predicción hecha por el experto.

El acceso a la información (característica de los expertos) tampoco es garantía de un juicio acertado. De acuerdo a una encuesta realizada por la Fairleigh Dickinson University a 612 nativos de New Jersey, en donde se comparaba las respuestas a una encuesta sobre Egipto y Siria entre televidentes de Fox News y personas que no ven noticias, se encontró que aquellos encuestados que no veían noticias acertaban más que aquellos que si lo hacían.

Como vemos, la experticia no basta para emitir juicios acertados. Tomar la palabra del experto como cosa sentada podría ser equivocado. Consideremos primero que el criterio de un grupo (un think tank por ejemplo) podría dar mayores luces sobre un asunto en particular, y luego que el acceso a la información no es base suficiente para “predecir” comportamientos o hacer juicios futuros. El problema quizá se deba a la centralización del criterio (visión en “tubo”) y a la excesiva confianza de los expertos.

Lo antes descrito nos puede enseñar, al menos dos cosas. Primero: quizá sea más oportuno realizar juicios informados, tentativos y en el mejor de los casos socializados para acercarnos más a la emisión de un juicio certero. Segundo: no es suficiente que una persona sea conocida como “expert@” para darle la última palabra sobre un asunto. Esto podría llevar a la falacia de autoridad, sesgando nuestra visión y criterio sobre un tema.

La cuestión no estriba en no hacer caso al experto sino en pedirle mayor rigor y que su trabajo sea antes riguroso que artesanal. A la vez también nos llama a bajar del pedestal a unos cuantos “expertos” de provincia que han hecho fama gracias al favor público y al manejo mercadotécnico.

Referencias

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