Tomando como base esta palabra,
que algunos considerarán de poco gusto,
pero que es muy decidora y, por sobre todo, precisa, voy a verter un par de
ideas sobre la producción intelectual local. No soy experto en el tema (si lo
fuera tampoco seria garantía), tan solo un diletante con un par de opiniones,
el periódico en la mano y cierta molestia que se traduce en una brotada arteria
cerca de la sien.
El diccionario de la RAE nos dice que
condumio es: “Manjar que se come con pan, como cualquier cosa guisada.” Sin
embargo, para los ecuatorianos, condumio designa de forma más clara, el relleno
de alguna preparación culinaria. Efectivamente, ¡ponle nomás más condumio! se
traduce en un dulce, empanada o preparación más sustanciosa. Por lo tanto sin
condumio solo nos queda corteza y con ella poca satisfacción.
Las universidades, a grandes rasgos, se ubican dentro de dos grupos: formativas e investigativas. Las formativas las hay en todo el mundo y abundan en Latinoamérica; lo que buscan es generar personas con cierta preparación profesional que les dará cabida en el mundo laboral. Las investigativas, por otro lado, son las grandes universidades alrededor del mundo y gran parte de su presupuesto se dirige a la labor de generar conocimiento nuevo. Los ránquines universitarios mundiales toman como fundamento la investigación y es por eso que nuestras universidades no destacan en ellos. Salvo alguna excepción, la universidad latinoamericana se ve relegada.
Ahora bien, para que exista investigación,
aunque sea una obviedad, se necesitan investigadores. Escritores de diversa índole
existen. Debemos ser enfáticos en que cualquier producción intelectual es digna
de aplauso pues constituye un esfuerzo que debe ser reconocido. Sobre eso, sin
embargo, cabe decir algo: el trabajo grandioso se promocionará a si mismo y
cualquier antipatía con el descubridor se toma como curiosidad al margen pues
lo verdaderamente relevante ha sido su trabajo, los resultados de su
investigación. En el caso del trabajo austero, es muy respetable, y debe
promoverse; pero la lisonja de su productor ya es inadmisible. Dicho de otro
modo: a quien no produce nada de verdadero valor y originalidad no podemos
tratarlo como si lo hubiera hecho y, lo que es peor, alimentar su desfachatez aplaudiéndolo.
Si de algo peca Latinoamérica y,
por ende el Ecuador, es de elevar a los altares a santos laicos sin formula de
juicio. Muchas veces olvidamos a los escasos y dispersos hombres de ciencia
nacionales y nos centramos en los productores mediáticos, aquellos que son
conocidos principalmente por su visibilidad en medios de comunicación.
Se amparan estos autores bajo dos
formas: farragosos o simples. Los primeros escriben en “difícil” para dar la
ilusión de que se trata de un tema complejo y, el lector, al no entenderlo,
traduce los contenidos como superiores; los segundos escriben mucho, dicen poco
y usualmente no toman posición cuando hacen una crítica y así se garantizan la
simpatía de todo tipo de personas. Como decía, no habría problema si estos autores
ponderaran su aporte de forma coherente. Suele pasar lo contrario, es decir,
sobrevaloran su aportación.
Como su celebridad es mediática
mas que estrictamente intelectual, estos autores suelen ir acompañados de un
sequito. Usualmente son “amplificadores,” que siguen con instrumentos propios
el ritmo del autobombo del autor, y que gracias a su celebridad (¿?) pretenden
que la gente los siga fundándose en el argumento de autoridad; tristemente el
sequito se amplia en ves de ir tras los tambores y hacer una pira para disfrute
de los transeúntes.
Dicho de otro modo: existen
autores, muchos de ellos académicos en sentido estricto, que realizan un
esfuerzo y tratan de expresar su gusto por lo que realizan a través de la
elaboración de una obra. Algunos de ellos llegan a hacer trabajos originales y valiosos,
otros no. Lo importante ciertamente es el esfuerzo y un sentido racional de la
calidad. A todos ellos los aplaudimos. Ahora, de entre ellos, existen quienes
se envanecen por un trabajo no necesariamente significativo y su ego se dilata.
Estas personas usualmente se valen de terceros y de su notoriedad publica para
promocionar sus obras de valía media y ganar cierto prestigio académico (?).
Esto, por otro lado, ya no es admisible
Cómo comportase, entonces, ante
esta situación. Pues hay dos maneras: aplaudir al trabajador honesto,
publicitarlo y valorarlo y, por otro lado, no dar espacio a que se generalice
una forma de producción intelectual que por sobre todo es acompañada de un trabajo
marketero y publicitario (no hay nada en contra de publicitar el trabajo, el
problema recae en que, una vez mordido el anzuelo vemos que el continente está casi
vacío).

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